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N O V E D A D E S

º¡Capítulo 26!

ºNuevo relato corto: Senderos del destino.



Sus labios olían a cereza

“No consigo olvidar sus labios de cereza”. Esa era la trigésima segunda nota que encontraron junto al trigésimo segundo cuerpo que apareció.
La policía se subía por las paredes. No sabían qué hacer. Todos eran hombres que se habían suicidado de distintas maneras y en distintas partes de la ciudad.
-¿Cuándo llegará el nuevo? –preguntó Dayrio, nervioso.
-Se supone que a las dos del mediodía. Ya tenía que haber venido… -dijo Pype, mirando su nuevo reloj analógico. Ya eran las tres y media. –Qué pena… los británicos tienen fama de ser puntuales.
-Y de saber llevar los misterios, no olvidemos eso –añadió Gryenn.
-Si ese tal Holmes es tan buen detective como puntual, estamos apañados –replicó Dayrio.
-No creas, tiene muy buena reputación –Pype tenía fe ciega en Holmes, era su ídolo. ¡Y ahora iba a trabajar con él!
Estuvieron un rato en silencio, reflexionando sobre el caso.
De repente, Garyed irrumpió en la sala exclamando: “¡Ya ha llegado!”
Dayrio, Pype y Gryenn se levantaron a toda prisa, atropellándose para ser el primero en recibir al prestigioso nuevo compañero.
Holmes estaba sentado en el sillón de piel, con las piernas entrecruzadas y escaneando la estancia con la mirada mientras consumía su pipa con lentitud. Su rostro transmitía una sabiduría impropia de su edad.
Pype le ofreció la mano entusiasmado.
-No hace falta que nos presentemos –dijo Holmes solemne, rehusando su mano – Tú debes de ser Pype, el de las orejas superlativas –. Pype retrocedió. Eso era incluso peor que el mote con el que lo mortificaban, Dumbo. Holmes miró a Dayrio con perspicacia –Tú Dayrio, el de la mirada por encima del hombro. Y tú… Gryenn, el de los zapatos sin cordones–. Pype, Dayrio y Gryenn se miraron anonadados. Holmes se levantó con aires de superioridad. – Supongo que no hace falta decir que yo soy Arlock Holmes, descendiente del mismísimo Sherlock Holmes… y vuestro compañero nuevo –les dirigió una sonrisa despectiva e intimidante–. Aunque todos sabemos que seré como vuestro superior. Debéis cumplir con lo que yo ordene. No os preocupéis, sé que es vuestra falta de experiencia lo que os convierte en absolutos inútiles, así que no tendré en cuenta que hasta ahora no hayáis sido capaces de aportar nada al caso.
Pero, aviso ahora, cualquiera de vosotros que cuestione mis métodos se irá a la calle, ¿entendido?–. Asintieron perplejos e irritados. – Bien, comencemos, ¿qué tenemos?
-Durante los dos últimos meses, han muerto treinta y dos hombres por suicidio en diferentes lugares de la ciudad –empezó Pype.
-Todos llevaban la misma nota consigo –Gryenn le enseñó una de ellas, que guardaba en el bolsillo izquierdo de sus pantalones favoritos.
Holmes alzó una ceja.
-Y lo único que tienen en común esas personas es que todas se alojaron en el Grand Hotel de las afueras.
-Bien, entonces empezaré por ahí. Me alojaré en el Grand Hotel esta misma noche y durante mi estancia escribiré en mi diario todos los sucesos del día a día. Nos veremos dentro de una semana–. Dicho esto, les hizo la típica reverencia inglesa y se marchó.
-Vaya con el detective –gruñó Dayrio enojado.
-Pero si… sólo le hemos explicado el esqueleto del caso. ¡No nos ha dejado explicar nuestras deducciones! –Pype estaba perplejo y su expresión no lo escondía.
-Bueno, veamos si es tan “extraordinario” como dice, ya que nosotros somos unos “absolutos inútiles” –se burló Gryenn.


* * *


(Una semana más tarde)
Garyed llamó a la puerta.
-Otro –murmuró afligido.
Los tres colegas fueron a ver al forense. El recién llegado que yacía ante ellos les resultó vagamente familiar.
-¡Vaya sorpresa! –Exclamó Dayrio - ¿quién es el inútil ahora?
-Hemos encontrado esto con el cuerpo… además de la famosa nota– el forense les dio un diario –creímos que querrían guardarlo.
-Sí, muchas gracias –susurró Gryenn.
De vuelta a la oficina se turnaron para leer el diario:
Día 1. El recepcionista me ha reconocido, evidentemente. Me ha agradecido investigar su caso. Parecía apesadumbrado cuando me ha asignado la habitación. Le he hecho un par de preguntas sobre los huéspedes difuntos. Lo único que me ha llamado la atención es que durante los días previos al suicidio, todos tenían la mirada perdida, y apenas hablaban. Estaban vacíos. El recepcionista me ha explicado que todos murieron el mismo día en el que se marcharon del Hotel.
Está muy preocupado por mí, lo he notado en su mirada, ¿pero qué puede sucederme a mí, Arlock Holmes?

Día 2. Hoy ha sido un día normal, mediocre, ordinario. Me he levantado y he ido a desayunar, como todos los días. Luego me he duchado y he ido a pasear.
Un hombre que trabaja en el hotel me ha contado que allí hay una sirvienta tan bella que ningún huésped ha podido resistirse a sus encantos, que nadie ha podido evitar caer rendido a sus pies. Se llama Melissandre.

Día 3. Hoy he conocido a la tal Melissandre, en la cafetería. Sí, es bella y simpática, pero no ha despertado en mí ninguna atracción en especial. Se ha interesado por lo que hago y a lo que me dedico, pero eso no es nada insólito, todas se interesan por mí. Me ha preguntado sobre mi carácter. Yo le he respondido que me encantan los misterios, evidentemente, y resolverlos por encima de todo. Lo llevo en la sangre.
Sí, me ha agradado.

Día 4. Melissandre es encantadora. Se interesa tanto por mí… hoy me ha ofrecido un café con leche y me ha invitado a dar un paseo.
Hemos ido agarrados por el brazo todo el tiempo.
Cada vez me gusta más su sonrisa. Su perfume es embriagador. Quiero intimar más con ella.

Día 5. Su cabellera negra ondea al viento, sus ojos intensamente verdes hacen que no pueda apartarle la vista de encima. Sus caricias valen oro. Ha despertado en mí una bestia obscena que no sabía que existía. No puedo apartarme de ella, de ser así, deseo morir. Melissandre… sus suspiros me estremecen. Mi corazón resurge de las cenizas. Sus labios saben a cereza.

Día 6 .¿Dónde estás? ¿Dónde estás? ¡Desapareciste! ¡Sin tu presencia las palabras no me salen de la boca! ¡Melissandre! ¿A dónde has ido sin mí? ¡Melissandre!

Día 7 Sol. Ha… salido el sol. Me ha invitado. Las 22:00h. El desván. Si no voy me muero. La nota. Me ha enviado la nota... Mi salvación. Destino. Sol. Ha salido el Sol. Sin ella… nadie soy. Melissandre.



-… tenemos que ir al Hotel –concluyó Dayrio.
-¿Qué? –exclamó Pype.
-No hay otra opción, Dumbo, está claro lo que debemos hacer.
-¡Pero vamos los tres! –Pype era el más temeroso del trío.
-Por supuesto –Gryenn asintió.


* * *


-No, no, por favor, otros tres no… -suplicó el recepcionista –Holmes también cayó. Holmes… yo…
-No se preocupe, estamos a punto de acabar con esto de una vez por todas– le tranquilizó Gryenn.
-¿De verdad? –la esperanza iluminó el rostro del recepcionista.
-Puede estar seguro –afirmó Dayrio.
Pype era el único que estaba inquieto.


* * *


En cuanto estuvieron instalados bajaron para hablar con los empleados.
-¿Melissandre? Que yo sepa, vive en el desván –reveló un camarero.
-No es muy sibarita. Bueno, con lo que se refiere a su estilo de vida –se rió otro.
Gryenn y Dayrio se cruzan una mirada cómplice.


* * * 



Las escaleras que conducían al desván estaban desencajadas y hechas polvo.
Los policías llamaron a la puerta, pero nadie contestó.
-Entremos –susurró Dayrio.
-Entrad vosotros –suplicó Pype.
Dayrio y Gryenn se encogieron de hombros y abrieron la puerta, que chirrió desagradablemente. Caminaron con lentitud, mientras el parquet de madera vieja y mohosa crujía ruidosamente. Dejaron la puerta abierta, así que Pype pudo fijarse en la estancia: cubierta de polvo y telarañas, sucia e intimidante.
El típico desván de casa de terror.
Un gutural sonido aterrador invadió el aire que les rodeaba. Pype se escondió tras la puerta. Temía por sus compañeros.
Entonces, una voz dulce y melosa sustituyó al gruñido anterior.
-¿Se han perdido? –preguntó.
-No, Melissandre –aclaró Dayrio.
-Hemos venido para hacerte unas preguntas –Gryenn prosiguió.
-Somos policías –añadió Dayrio.
Pype permanecía callado, intentando no revelar su escondite.
-Ah, más policías –Melissandre se acercó - ¿saben? Hace poco conocí a un policía. Era muy… atractivo. Creo que se llamaba…
-Holmes –tanto Dayrio como Gryenn parecían hipnotizados.
-¡Sí, Holmes! Qué desgracia lo que le ocurrió… era realmente encantador.
-No creas –dijeron, al unísono.
-¿Saben? Ahora mismo estaba tomado el té. Tengo un té de cerezas estupendo –Pype vio cómo les acariciaba con la mirada- ¿serían tan amables de acompañarme? Me siento muy sola…
Los dos asintieron a la vez. Melissandre sacó a la luz su deslumbrante sonrisa.
-¡Estupendo! Ya verán como lo… pasamos estupendamente –rió coqueta – será mejor que cierre la puerta.
Pype acercó la oreja para escuchar la conversación.
Pero en vez de palabras oyó gritos, gemidos, y no de terror, sino de deseo, de placer, de satisfacción… ¡y no procedían de ninguna mujer!
Traumatizado, voló escaleras abajo para no oír más.


* * * 


- ¿Qué tal os fue anoche?
Pero no obtuvo respuesta.
-¿Que qué tal os fue anoche? –repitió Pype.
Tanto Dayrio como Gryenn le dirigieron una mirada de desconcierto.
Pype rebufó consternado.
-¿Es que no os acordáis de nada? ¡Eo!
Sus miradas estaban vacías. Se habían ido. “Vacías…” –pensó Pype-, “tendré que volver a arriba… pero cuando Melissandre no esté.”
Así que ideó un plan.


* * * 


Entrar en aquella habitación fue de lo más valiente que Pype había hecho nunca. Era escalofriante estar allí, pero debía hacerlo, por sus amigos y para que nadie más muriera.
El suelo crujía escandalosamente, incluso yendo descalzo. A pesar de la suciedad, olía a cerezas. La estancia era espaciosa, llena de bichos asquerosos, pero no la veía entera. Detrás de la esquina izquierda algo se escondía. Se acercó sigilosamente.
Cuando estuvo delante, se detuvo, suspiró y se giró para ver lo que guardaba el escondite…
Algo monstruoso, eso era lo que guardaba. Todo era blanco y escuálido. Pype no pudo moverse, atrapado por el pánico y el asco que le hacían estar allí paralizado.
Una enorme telaraña lo cubría todo. Entre las redes, pequeños cuerpos brillantes estaban atrapados. Pype llegó a contar… treinta y cuatro cuerpos… dio un enorme salto hacia atrás al reconocer a sus compañeros.
Se giró para echar a correr, pero la silenciosa Melissandre estaba justo detrás de él. Sus ojos eran fríos, no cálidos, fríos como su tez blanca y no había pizca de encanto en su expresión.


* * * 


 
El forense cerró la última Y.
-Estoy harto de hacer la autopsia a los suicidas. ¡Quiero homicidios!
-Este que me ha tocado es suicidio también. La trigésimo quinta muerte. Ven a verlo.
Otro forense se acercó.
-¡Vaya orejones!
-Sí. La diferencia que hay entre este y los demás es la nota. Está muy mal escrita, no entiendo qué dice –sacó la nota del bolsillo derecho de su bata blanca –“No…”
-Dámela, que no sabes –se la quitó – “No… consigo… ol..vidar sus… …¿patas?”
-¡Ese sí debía estar loco de remate! Nos ha tocado una panda de esquizofrénicos.
-Se ve que sí.





Martina Llop Salas
Artà 
04/11/12


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