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N O V E D A D E S

º¡Capítulo 26!

ºNuevo relato corto: Senderos del destino.



Max y la generación mutante

Nunca lo he tenido fácil a la hora de relacionarme con los demás. Y me parece que la historia que voy a contar no facilitará que piensen que estoy en mis cabales. Pero es tan cierta como que estoy aquí relatándola.
Debí entender que el día en que cumplía 13 años, en un día 13, no iba a traer nada bueno.
Hacia ya cinco años que mi madre había muerto al dar a luz a mi hermana Belén, y yo, Max, me alimentaba de sus recuerdos durante el día, mientras por la noche ahogaba mis penas en lágrimas. Aunque mi padre dice que murió porque el hospital no estaba en muy buenas condiciones, siempre he creído que la causa era muy distinta, algo fuera de lo común.
El día de mi cumpleaños recibí, misteriosamente, un libro que debía tener 100 años como mínimo, y cuya lectura me intrigó muchísimo. Pensé que, probablemente, alguien lo habría dejado en mi buzón por equivocación. Más tarde aprendería lo equivocado que estaba.
Esa misma noche lo empecé leer. Trataba sobre un huérfano de madre que descubría una generación de gente mutante con poderes extraordinarios, y él tenía que protegerlos de ser descubiertos, ya que había quien estaba interesado en dominar tales poderes en beneficio propio: el malvado doctor "Culebra", que así era llamado porque vivía con infinitas serpientes. El doctor Culebra era un ser nacido entre dos mutantes un poderes asombrosos, pero el único poder que resultó tener era el de hablar con las serpientes.
Como no tenía amigos, sus únicas compañeras eran las serpientes con quién vivía.
Y por falta de vida social, el doctor Culebra se malogró. Ideó un plan: unir todos los poderes de todos los mutantes y hacerlos suyos. ¡Así nadie más lo volvería a comparar con sus padres! Pero, naturalmente, el huérfano descubre que también es mutante y acaba con él.
Terminé el libro justo el día siguiente.


Me había gustado de tal manera que ahora me lo imaginaba todo relacionado con los mutantes; ¡y todo es todo!, hasta me imaginaba que mi vecino de enfrente era el doctor Culebra.
El señor Hock era un anciano muy misterioso. Nadie en todo el barrio sabía nada acerca de ese extraño señor. Cada vez que salía a jugar a la calle me lo encontraba siempre en el mismo balancín, y me miraba con su mirada penetrante, y yo me quedaba petrificado ante sus ojos azul turquesa oscuro. Ese señor me daba escalofríos. Pero no le daba mayor importancia: la mitad de la gente del barrio me caía mal.
Las cosas se volvieron aún más raras cuando un domingo paseaba por la calle y vi al señor Hock petrificado en medio de la calle. Sus ojos estaban vacíos e inexpresivos. Toda su cara estaba blanca como el papel.
De repente se movió rápidamente y apartó a un viandante de la calle que cruzaba.
El viandante se lo miró con mala cara y se fue en otra dirección.
Justo después vi a un coche a toda pastilla cruzando la calle, cuyo conductor hablaba apresuradamente por teléfono.
Si el señor Hock no hubiera estado allí hubiera tenido lugar un gravísimo accidente. El caso es que, desde el lugar donde estaba el señor Hock, ¡no se podía ver el vehículo!
El día siguiente también tuvo lugar un acontecimiento rarísimo: iba hacia el horno de mi calle a comprar el pan cuando oí al señor Hock tener una riña con otra persona. Y lo raro esta vez es que le gritaba en un idioma, ¡que no había oído hablar en mi vida! No se parecía al inglés, (que era el pueblo natal del señor Hock) ni des de luego al castellano.
Ya estaba bastante asustado cuando, encima, el miércoles de esa semana, ¡vi al señor Hock desapareciendo! ¡Justo delante de mis narices!
Así que fui a ver a mi abuela. Ella entendía mucho de leyendas y magia, al igual que mi madre ambas creían en los poderes mágicos. Debía convencerme a mí mismo de que lo que había visto no era fruto de mi imaginación.
Le expliqué lo sucedido. Una vez terminé, empezó a sacar sus propias conclusiones:
-Ya veo…bueno, los libros de magia y de ocultismo hablan de personas como la que mencionas: tienen la capacidad de prever el futuro, hablan lenguas ya desaparecidas, tienen el poder de transformarse o de desaparecer,… los mutantes tienen todas esas características .Tal vez tu señor Hock…
“¡Mutantes!”-pensé. ¡Qué casualidad! ¡Precisamente el libro que había leído trataba sobre eso!
Mi abuela había conseguida despertar mi curiosidad. Y como no tenía otra cosa que hacer, decidí que valía la pena echarle un vistazo al señor Hock.
Al llegar a casa se le expliqué todo mi padre, pero no creyó una sola palabra.
-Lo que dices no tiene ningún sentido -dijo amablemente.- No existe la magia, y nunca ha existido, ¿entiendes?
- Pues, - argumenté yo- ¿tú cómo explicarías lo que ha sucedido?
Mi padre me miró como si tuviera fiebre.
-Seguramente tiene alguna explicación –y se dio media vuelta, dando por acabada la conversación-.
Tampoco esperaba que mi padre me diera palmaditas en la espalda. 

Durante todo el día siguiente seguir al señor Hock por todas partes. Estuvo haciendo todo el día cosas normales y corrientes: fue a comprar, luego lavó la colada, fue a pasear... tal vez sabía que le vigilaba o cuando no hacía cosas extraordinarias, era alguien profundamente aburrido.
Pero no me di por vencido. El día siguiente lo volví a vigilar de muy cerca.
Estuvo haciendo cosas normales y mediocres durante todo el día, pero al atardecer… ¡volvió desaparecer!
Tenía que descubrir qué ocurría.
Así que tramé un plan: el día siguiente, o sea, lunes, mi padre me acompañaría el colegio y una vez se hubiera ido a trabajar me escaparía para seguir al señor Hock.
El despertar fue como cualquier otro día pero, naturalmente, estaba muy asustado.
Disimulé lo bastante bien inquietud como para que mi padre se tragara que todo iba bien durante el almuerzo, pero cuando salí de la puerta del coche hacia el colegio mi padre notó que algo sucedía.
-¿Te encuentras bien hijo? Esta mañana estás bastante inquieto.
-Sí, sí, estoy bien –mentí- es que hoy tenemos un examen de matemáticas y creo que no me lo he preparado demasiado bien.
-Bueno, ya verás como todo te sale bien. ¡Suerte!
Y se marchó hacia el trabajo.
Aproveché que nadie miraba y eché para salir rápidamente del colegio.
Cuando volví a estar en mi calle vi al señor Hock saliendo de su casa y, como ahora ya debía ser natural, comprobó que nadie lo mirara y desapareció.
¡La oportunidad perfecta! Entré en su casa para investigar su vida más a fondo.
Nunca había estado en ella, era un lugar, no sé como describirlo, ¿raro? Pero también extravagante.
El salón era del típico londinense: con butacas de estampados florecidos y la mesa con las tazas blancas de té.
La cocina estaba hecha de pedrería francesa y mármol blanco. Todo muy bonito.
Después había unas escaleras de metal forjado que llevaban al primer piso, pero antes quise investigar un poquito más a lo que se refería a “la planta baja”.
Las paredes estaban llenas de fotos, fotos de personas que hacían cosas maravillosas: algunas escupían fuego, otras volaban con alas que tenían en la espalda. “¡Mutantes!” –pensé-.
Como no vi ninguna señal extraña, subí al primer piso.
Las paredes seguían igual: llenas de fotos.
Pero al llegar a su dormitorio, descubrí que las paredes eran azul marino y el suelo de parquet azul también; la cama de cuatro columnas estaba hecha de oro macizo, mientras que la mesita de noche de al lado estaba hecha de abedul.
Al lado de la cama había un enorme espejo plateado en el cuál cabrían cuatro personas juntas y altísimas.
Me giré para ver el resto, pero sólo había una cómoda tan vieja que se debía mantener en pie porque nadie la tocaba.
Pero encima… había un marco, de oro con decoraciones de plata bordada, que contenía una foto.
En la foto aparecían dos personas abrazadas que sonreían. El hombre era el señor Hock, le reconocí inmediatamente, y la mujer alada de su lado...
¡Era mi madre! ¿Pero cómo no sabía que mi madre era mutante? Mi padre me debía una buena explicación….
Bajé rápidamente con el propósito de esperar a fuera al señor Hock, porque él también tenía cosas que explicarme. Pero cuando iba a abrir la puerta, él se me adelantó.
-¡Ah! Esperaba poder enseñarte yo mismo mi propia casa, pero veo que te me has avanzado. –dijo amablemente-.
-Yo… es que… -intenté excusarme por mi grosería- se dejó la puerta abierta y…
-Tranquilo, de todas formas yo también tenía que hablar contigo.
-Pero… ¿cómo has sabido que quería hablar contigo?
-Siéntate mientras te preparo un té y luego hablamos.
No sé exactamente por qué, pero le hice caso a un completo desconocido; supongo porque conocía a mi madre.
Estuve en silencio mientras nos preparaba el te. Observaba las fotografías de la pared.
Una vez los tubo, se sentó a la butaca de mi lado y empezó a hablar:
-A ver –empezó- ¿por dónde empezar?
-Háblame de ti y los poderes que tienes primero, ¿no crees?
-Sí, sí, cierto. Como ya lo has visto con tus propios ojos, sabrás que tengo el poder de desaparecer, ver el futuro y leer la mente, ¿no? Pues bien, eso es sólo lo básico, a partir de eso ya se puede dominar cada uno de tus poderes con experiencia y práctica. A parte de ser mutante, soy profesor, enseño a otros mutantes a dominar sus poderes y ejercerlos. También he sido el profesor de tu madre… una de las mejores alumnas que he tenido. Por eso cuando murió… -puso una expresión triste- perdí las ganas de continuar enseñando, y encima, con el doctor Culebra...
-Pues entonces, ¿existe de verdad?
-Déjame acabar. El libro que te envié (sí, fui yo), no es un libro cualquiera, es una profecía. Dice que sólo un huérfano de madre con unos poderes increíbles podría destruir al doctor Culebra. Hace ya trece años que no nos ha vuelto a atacar. Y no sé el motivo. Tienes que descubrirlo, Max. Estoy seguro que tú eres el chico del que habla la profecía.
-Pero, ¿cómo te puedo ayudar yo si no tengo poderes?
-¡Claro que tienes! Sólo los tienes que sacar fuera. Intenta… sacar tus alas, por ejemplo.
-Pero, ¿cómo?
-Céntrate. Piensa intensamente en unas alas blancas.
Me concentré con todas mis fuerzas en unas alas blancas… “unas alas blancas”, -me decía- “unas alas blancas”, “¡unas alas blancas!”
-Sin forzarte –dijo Hock- piensa que a nadie le sale a la primera.
“¡Sí que sabe leer la mente!”
-Pues claro, ¿quién te crees que soy? Vamos, concéntrate.
Esta vez pensé en mi madre. La visualicé en mi mente volando de entre las nubes…
De repente, oí que algo se rompía. Era mi taza de té. Había caído al suelo y había quedado hecha migas.
-¡Bravo! –dijo felizmente Hock. Sin embargo, eres hijo de tu madre.
No entendía nada. ¿Mi madre fue igual de patosa que yo? No la recordaba así.
-¡No me refiero a la taza! ¿Que no ves tus alas?
¡Mis alas! ¡Si no me había enterado! Me giré para verlas mejor. Eran nubes de algodón blanco, pomposas y suaves.
Sonreí satisfecho.
-Bien, ya está bien por hoy. Mañana (por la tarde) pásate por aquí otra vez. Practicaremos más. Eso sí, tienes que investigar quién podría ser el doctor Culebra. Tenemos que acabar con él de una vez, sino perderemos nuestros poderes. ¿Quieres acaso perder tú los tuyos?
Simplemente moví la cabeza hacia los lados.
-Pues investiga. No se te da mal, ya que has descubierto tan pronto que los mutantes existen.
Me fui con una sonrisa reluciente en la cara.
¡Qué rápido había pasado el tiempo! ¡Si ya había acabado el colegio!
Fui directamente a mi casa, que estaba enfrente de la de Hock.
Cuando regresé a mi casa mi padre ya sabía todo lo referente a mi fuga. Estaba sentado en una silla del comedor-
-Me ha llamado la profesora.
“¡Con lo bien que me había ido el día!”
-Papá, ya sé que no había hecho esto nunca, pero cuando te explique el motivo lo entenderás. Es sobre los mutantes. ¡Existen de verdad!
-¿Otra vez con eso? ¡Me pensaba que era simple imaginación! Pero si tenemos que llegar a estos extremos me temo que habrá sanción. ¡A tu cuarto! ¡Ahora mismo!
En ese mismo momento, tuve una sensación muy extraña, era como si hubiese dejado el presente. Ahora estaba dentro de otra persona… no, estaba… en los recuerdos de otra persona… en los de mi padre.
Primero la vi a ella, a mi madre, cogida de la mano de él volando por entre las nubes.
Después la volví a ver, en mi nacimiento. Mi padre estaba muy feliz.
El siguiente recuerdo fue cuando nació Belén, pero este recuerdo era mucho más triste. Vi a mi madre, llorando. No entendía por qué. Pero después lo entendí: había plumas escampadas por el suelo… había perdido sus alas.
Seguido vi a mi madre en su tumba, pero desde el punto de vista de mi padre, que estaba tramando venganza… pero no averigüé cuál.
El recuerdo próximo fue horroroso: estaba en una habitación a oscuras y hablaba desolado con alguien en un idioma extraño… y ese alguien hablaba sólo susurrando. Creí que era una serpiente, pero no estaba seguro, ni quería estarlo.
Después el escenario cambió i me encontraba en el despacho de su oficina, discutiendo con su jefe. Le habían despedido.
Todo esto… era muy extraño. Primero, había descubierto que tenía un nuevo poder, el de “hurgar en los recuerdos de los demás” (no sé como decirlo). Segundo, me había enterado que mi padre había sido despedido hacía ya cinco años y que sabía hablar con serpientes…
Pero unos malmeteos me sacaron de mi trance
-Hijo… ¿estás bien? Te has quedado en blanco.
-Tú… ¡sabías que mi madre era mutante y aún así no me dijiste nada!
Ahora su reacción fue de desconcierto.
-¿Y ahora con qué me vienes?
-Tú... ¿cómo es que sabes hablar con serpientes?
Entonces, empezó a tartamudear.
-Cococo… ¿cómo lo sabes?
-Yo soy mutante. Puedo leer las mentes. Y además puedo volar, como Mamá. Me debes una explicación.
-Yo… bien. Durante toda mi infancia fui desgraciado porque mi poder era insignificante, pero sin duda para mí era muy importante, porque podía hablar con mis únicas amigas, las serpientes. Pero no podía continuar así, así que ideé mi plan: acabar con todos los mutantes y hacer que sus poderes sean míos. El plan ya estaba en marcha cuando conocí a tu madre. Ella sabía mi insignificante poder, pero aún y así se enamoró de mí.
Y yo de ella. Así que olvidé ese plan malévolo. Pero cuando nació tu hermana… perdió sus poderes. Y como estaba muy infeliz, se mató.
A partir de ahí volví a mi plan. Y, además, ningún mutante volverá a morir por sus estúpidos poderes. Y tú también estás en ellos. Aunque seas mi hijo, no dejas de ser mutante. Empezaré a realizar mi plan CONTIGO.
Dicho eso, cogió el objeto que tenía más cerca y me lo tiró.
Y yo, sin apenas darme cuenta, extendí mis alas blancas y salí por la ventana más cercana hacia las nubes para protegerme.
Pero después volví a bajar. Yo no quería perder mis poderes y tampoco podía permitir que los otros también. Y, además, si yo era el chico del cuál hablaba la profecía, entonces tenía que acabar con él.
Bajé. Pero en aquel momento el salón no era el salón. Se estaba convirtiendo… ¡en una sala oscura llena de serpientes!
“¡¿Y no podrían ser mariposas?! –pensé yo-.
-Bueno, ¡con serpientes o sin ellas acabará contigo!
-¡Ya veremos!
Claro que acabaría con él. Hock estaba justo al lado. “¡Hock! ¡Hock! ¡Necesito tu ayuda! ¡He encontrado al doctor Culebra!“
No tardaría mucho en llegar.
Cogí fuerza en una de mis alas y le empujé hacia el suelo. Entonces él volvió a hablar en aquella lengua extraña y una serpiente vino hacia mí. Estaba paralizado. ¡Debía ser un espécimen de unos tres metros! Intenté retroceder, pero otra serpiente me hizo la trabita y caí. Ya está, se había acabado todo. Esperé en el suelo la muerte. Y, cuando creía que todo estaba perdido, la puerta se derrumbó y apareció Hock acompañado de una decena de mutantes.
Hock vino hacia mí y los otros se encargaron del doctor Culebra…
Ya está. Todo se había acabado. Nunca pensé que mi padre moriría de esta forma… pero se lo merece. Me da lo mismo, siempre había sido tan extraño…
Después Hock nos acogió a mí y a Belén (que por cierto, también es mutante) en su casa y volvió a ser profesor.
Y aquí me despido, aquí finaliza mi historia. Naturalmente, tengo otras mucho más interesantes, pero para oírlas teníais que oír esta. “La aventura que empezó las siguientes…”
CONTINUARÁ…



Martina Llop Salas
23/11/2011
Artà

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