Golpe de calor

Esperanza entró en la carnicería. Todavía no había comprado la carne para la cena del día siguiente.
Estaba lleno de gente. Esperanza bufó contrariada y cogió un ticket, dispuesta a esperar su turno.
En esos momentos el carnicero estaba atendiendo a una mujer rechoncha y a un hombre medio calvo. Debían tener unos cincuenta años.
De repente, ocurrió algo extraño. ¡Le pareció ver que un pollo resoplaba!
“Es el calor” – se dijo- “es el calor”.
La pareja de mediana edad se marchó con su ternera y el carnicero atendió un padre que cogía la mano a su hija pequeña.
Entonces un conejo la miró fijamente.
“Calor” –repitió- “calor”.Pero realmente le parecía que el conejo la escrutaba con su mirada inexpresiva.
Esperanza empezó a sudar. Seguro que era la única que veía esas locuras. Parecía que allí dentro nadie más se percataba de lo mismo que ella: ¡la carne se revelaba! No le faltaba un tornillo, ¿no?
El padre y la hija salieron de la carnicería y pasó delante una abuela de unos ochenta años que caminaba con bastón.
Y la enorme y apetitosa patanegra que hacía unos segundos se había estado quieta empezó a desintegrarse en tiras, a desfigurarse y a convertirse en cenizas.
Aquello estaba siendo demasiado. Esperanza salió de la carnicería. Ya compraría el solomillo en otra ocasión.

Martina Llop Salas   

Artà

09/10/2012